Solos siempre somos más animales que humanos

David Pastor Vico

Filósofo
 

Que el “hombre es un animal político” es una frase que no por resonar hasta el aburrimiento en la cabeza de todos es entendida correctamente. La desafección hasta la náusea del mundo de la política o el desgaste de la repetición de siglos nos hace pasar casi de perfil ante esta sentencia que bien podría aparecer en una galletita de la suerte o en un azucarillo dejándonos, a la sazón, igual de indiferentes que la explosión de una supernova en una galaxia muy muy lejana. Pero ¿y si en un giro dramático de guión nos atreviéramos a afirmar que “el ser humano, para ser humano, requiere de otros humanos”?

Imagino que puedes estar pensando que es una afirmación muy atrevida, que desprendernos de la humanidad, o degradarnos de ese estatus de “ser humano” que nos es asignado nada más nacer, por el hecho de -quizá de manera fortuita- estar solos es negar la posibilidad, por ejemplo, de disfrutar y sacar partido de la oportunidad de encontrarse con uno mismo que nos brinda la soledad. Y quizá tengas razón, es posible. Pero para disfrutar de este tipo de soledades buscada, o bien recibidas, necesitamos de algunos pasos previos que quizá se escapen de tu radar ahora mismo. Deja te sigo contando.

Disfrutar de la posibilidad de meditar y auto encontrarse que puede brindarnos estar solos precisa de un ejercicio previo, hecho a conciencia, de saber quiénes somos. “Conócete a ti mismo” es otra de esas sentencias milenarias que ha perdido toda la fuerza y el brillo que en su día tuvo y hoy, con suerte, es el mantra de algún gurú de medio pelo de la autoayuda mainstream. Sin embargo, conocerse a uno mismo es el paso obligatorio para aprender a soportar el peso de la soledad. Pero nadie tiene la capacidad de aprender de sí mismo sin más referentes del mundo que sus propias manos o su voluntad, por si creías que la frase apuntaba para allá, y descubrir quién eres es un ejercicio que necesita de educador y educando, esto es, de quién enseña y el que recibe la educación.

Conocerse a uno mismo nos obliga de reconocer en el otro aquello que nos es común y así darle nombre, de igual manera que aquello que nos diferencia para conceptualizarlo. Saber qué aquello que te atenaza por las noches es miedo o angustia requiere reconocer estas sensaciones en los demás, y siempre hay una primera ocasión en el que el enigma de qué nos pasa encuentra la respuesta en el otro que te revela qué es lo que te está sucediendo lo pretenda o no. Solos, como ahora estás entendiendo, este proceso de autoaprendizaje y descubrimiento es imposible que suceda, pues aunque lo descubras leyendo, o viendo una película, hubo alguien que escribió o rodó esto, un educador. Así pues nadie descubre quién es sin la intercesión de otro, y cuantos más participen en este camino de tu autoconocimiento más y mejor nos conoceremos. Hasta el punto de llegar a saber muy bien cuáles son nuestras fortalezas al igual que las debilidades.

El viejo Aristóteles, autor de la primera frase, la estiró un poco más. “Tal solo los animales y los dioses pueden vivir en soledad”. Los dioses pueden estar solos porque todo lo saben, de ellos mismos y del mundo, y esto les permite bastarse si así se les presenta la ocasión, y los animales porque privados de conciencia no escuchan el eco de su propia voz… aunque quizá no todos los animales tengan esta condición. Sea como sea, del binomio “animal político”, si erradicamos “político”, la condición de compartir espacio con los demás que componen la ciudad – polis, descubriremos que tan solo queda el sustantivo “animal”. Solos, por tanto, siempre seremos más animales que humanos, si no hemos tenido la oportunidad de saber bien quienes somos a través de los ojos de los demás.

Yo les cuento todo esto a los más jóvenes, y también los padres de estos, para hacerles ver el valor decisivo de la amistad en su desarrollo personal, como Aristóteles hiciera con su propio hijo al escribir su “Ética”. Les recuerdo que el viejo filósofo le advirtió que no se fiara de una persona que no tiene amigos, pues alguien que no tiene amigos es imposible que sea feliz. Y ser feliz, siendo arrojados a este mundo sin un propósito definido de ninguna clase, bien puede ser un fin que nos una y nos haga más llevadero esto de vivir.

Pero solos, sin amigos, no merece la pena vivir le explicaba Aristóteles a su hijo.  Así de dramático se ponía, porque ser humanos es una potencialidad que nos es propia al nacer, pero solos no podemos, ni sabemos, ni estamos preparados para actualizarla. Por eso, el ser humano es un animal político, pues para ser humanos, requerimos de otros humanos.

Continuará…

 
 
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